por Mr Satan
Primer acto
Da igual que Don Quijote y Sancho hayan atravesado el vasto mundo de la mente hasta llegar a aceptar la realidad y vivir respetándola a ella, que no cambia nunca en lo que tiene de brutal para el niño que siempre somos. Da lo mismo que ese viaje, sea por la vía del idealista o del materialista, del caballero andante o del codicioso, haya concluido. Y es que, al entender de la gente, Don Quijote y Sancho siguen siendo esos dos tipos alocados que veían gigantes en las llanuras castellanas o islas de Barataria. Y nada de lo que se pueda decir y explicar cambiaría en un ápice la percepción popular, pues esta es una percepción mediada por estampitas de recuerdo con imágenes, etiquetas de botellas de vino con el dibujo del caballero de la triste figura y otras mil bagatelas que reducen la complejidad a pura cháchara. Pero el Quijote no es un payaso, ni Sancho un bufón, y cometen injusticia quienes no se toman la molestia de revisar sus creencias en busca de la verdad, siempre tan difícil. Este tipo de injusticia, sin embargo, parece fácil de excusar. Todo el mundo sabe que está lleno de prejuicios, pero sabe que no puede, por falta de tiempo, ganas o inteligencia, conocerlos todos (y no digamos ya enmendarlos). En el caso del Quijote, es cierto que no podemos obligar a la gente a leer el libro de Cervantes, e incluso habrá quien se ofenda por la sola sugerencia (otra muestra de la soberbia de los defensores de la «alta cultura»). Mas no se dice «hay que conocer el Quijote», el problema es que «la gente tiene una idea falsa del Quijote», y para eso sería mejor que ni siquiera conociera al Quijote. Al final son ellos más quijotescos que nadie, porque asemejan a los alucinados cuando entienden una cosa por la otra.
Segundo acto
El filósofo norteamericano Charles Sanders Peirce escribió sobre cómo hay que clarificar nuestras creencias, cómo salir, en el fondo, del prejuicio. El niño no sabe que la estufa quema, entonces posa su mano en ella mientras ésta está encendida: el niño acaba de aprender que la estufa quema. Poco a poco el niño va dudando del mundo, su esquema operativo prepara con el tiempo un modo de habitar el mundo diferente, mediado por la precaución y el ajuste de la mirada sobre las cosas. Según Peirce, cuanto más se duda, cuanto más se opone uno al mundo, más se es «yo». El niño todavía ignorante vive integrado en el mundo; el bebé no hace distinciones entre él mismo, el pecho de su madre y los objetos de la habitación: se encuentra en un éxtasis literalmente inefable. Pero según crece deja de vivir en el mundo para vivir frente al mundo, oponiendo su mirada a lo demás, sabiendo que «eso» no es «él» y que «eso» tiene ciertas propiedades, y que esas propiedades van a darle por el culo como no se ande con cuidado.
Tercer acto
Supongamos que esta teoría es plausible, e incluso que es correcta. Uno aprende cuando sus creencias chocan con el mundo. Entonces ¿cómo podemos conocer las cosas contra las cuales no chocamos? ¿En qué condiciones podríamos, por ejemplo, cambiar nuestra percepción del Quijote? Se podría decir: pues siendo tú mismo alguien que ha recorrido el camino del Quijote. Pero precisamente, por ser tu un ex-Quijote, tienes a compadecerte de los que lo siguen siendo. Sabes que a cada cosa le llega su momento, y que habrá quien nunca llegue a aceptar la Realidad porque jamás la conocerá, y morirá sin saber que la estufa quema. ¿Pero entonces solo los que han vivido mucho pueden comprender las letras españolas del Siglo de Oro? ¿Y es necesario, entonces, haber pasado por lo que pasan los refugiados de la guerra para poder entenderlos? Y es aquí donde nos encontramos aquello que permite simular la vida del otro, la experiencia del otro: la inteligencia creativa de la imaginación, a veces llamada empatía.
Cuarto acto
Según Hume, lo único a lo que tenemos acceso es a lo que nos pasa: los fenómenos. Dentro de estos hay impresiones e ideas. No se distinguen como si fueran dos cosas diferentes, sino que difieren en grado: pensar en el sabor del chocolate es menos intenso que saborear una onza del chocolate. Si no fuera así, los restaurantes se arruinarían, Q.E.D. Pues bien, hay una idea que sí que puede llegar a punzar como si se tratara de algo real… en efecto, la empatía. Cuando uno ejerce a voluntad su derecho a emplear su imaginación, uno puede sentir un dolor real. Cuanta mayor es nuestra imaginación, por lo tanto, mayor es nuestra empatía, y así, nuestro círculo de creencias se expande, y somos personas más ricas y morales.
Ahora hay una auténtica visión del enemigo en clave teológica: el enemigo es el anticristo, el mal radical, y solo podemos explicar su comportamiento por su vileza, o por su ignorancia, en todo caso perjudicial.
Quinto acto
El problema de las sociedades actuales, en su forma política de República de gobierno representativo, que no democracias, es que existe un enemigo fabricado por los propios discursos políticos que representa el enemigo absoluto. En el plano internacional de las antiguas relaciones internacionales, el enemigo era el enemigo por una cuestión de honor o interés, pero aún se podía empatizar con el soldado francés o alemán. Así, esta enemistad era una enemistad de conveniencia, pero el cordón umbilical de la empatía no quedaba roto. Lo que hay ahora, sin embargo, es una auténtica visión del enemigo en clave teológica: el enemigo es el anticristo, el mal radical, y solo podemos explicar su comportamiento por su vileza, o por su ignorancia, en todo caso perjudicial. El caso es que la introducción de la teología en política ha ido produciendo, a lo largo del tiempo, una visión maniquea que se ha visto reforzada por la mentalidad de tique de la que nos hablaba Adorno, donde todo queda reducido a izquierda vs. derecha, Real Madrid vs. Barça, etc. La consecuencia de esto es que la gente solo puede defender y empatizar con lo que estaba ya previamente de su bando, y todo lo que no sea esto se considera alta traición.
Sexto acto
La comedia es el discurso más débil que existe. No pretende ser más fuerte siendo más fuerte, sino más fuerte siendo más débil. El saber de la comedia es diabólico en este sentido, suspende todo entre las nubes porque dice y a la vez no dice: forma deformando, relativiza lo in-relativizable, pone en paréntesis el cotidiano moverse de las cosas. ¿Pero qué sabe la comedia entonces? ¿El comediante disfruta qua comediante de algún tipo de privilegio epistémico respecto a otros discursos fuertes, como el científico, el jurídico o el moral? Para empezar, respecto a los que dicen desde la pericia en un tipo de saber concreto, el comediante no se circunscribe a un territorio particular de cosas, sino que se ríe de todo. Habrá gente que opine que la comedia no debería reírse de todo, mientras que otros opinarán que sí, pero esto son sus opiniones, en tanto practicantes de filosofía moral: que exista ese debate presupone que de derecho la comedia puede reírse de todo. Que la comedia sea algo previo a un género, que sea un modo de custodiar el mundo dentro de otros modos de «decir», significa que hay un mundo dicho por la comedia, que hay una comedia-mundo. Y en esta comedia-mundo no hay enemigos absolutos, ni relativos, ni realidad alguna como se concibe y se realiza en otros decires.
Séptimo acto
Cada lenguaje te compromete a algo. El español te compromete a aceptar el verbo ser, que no tiene el mismo sentido en algunas lenguas semíticas o africanas. El lenguaje científico te compromete a aceptar como único válido el cerebro y las causas físicas mientras que el lenguaje psicológico te compromete a aceptar la conciencia, que no tiene cabida en la neurociencia. Sabemos que son lenguajes que, al chocar, producen enigmas (el famoso debate mente-cerebro), pero puede que esto no se deba tanto a una condición misteriosa de la Realidad, sino a que las teorías, los lenguajes, comprometen el mundo e interpelan cierto tipo de cosas. En este sentido, el lenguaje de la comedia compromete el mundo-comedia, y este choca con la Realidad.
Octavo acto
El discurso de la política compromete con la existencia de amigos y enemigos absolutos, esto es quijotesco, y a la postre la consecuencia de la introducción del fanatismo en política. La comedia, en cambio, no distingue entre amigos ni enemigos, interrumpe el juego que se juega. Esta es la razón por la cual el cómico es el enemigo de todos. Está excluido, tal vez con la excepción de los propios comediantes, del ámbito de la imaginación empática, que ya de por sí se encontraba mermada por la distinción entre amigo y enemigo.
Noveno acto
Hace poco me encontré al NEGA, un rapsoda comunista. Estaba en estado de embriaguez. Yo no quise hablar con él, pero una ultrarracionalista que estaba por allí le preguntó qué opinaba sobre el caso del Tour de La Manada. Lo primero que nos dijo era que «no nos pegaba porque no era el momento» (¡). Lo segundo, «que en el fondo la cosa estaba muy delicada para andarse con parodias y actos irónicos en estos momentos de ebullición feminista». Lo tercero: «pero a ver… es que al final, ellos son PRISA, los grandes medios de comunicación, y vosotros no sois nadie». Es decir: un tipo que se dice antisistema justificando la decisión judicial apelando al estado de cosas de una manera aberrante. Prefería aceptar el statu quo antes que decir «tenéis razón» porque daba exactamente igual la realidad, estábamos marcados con una cruz. «Ellos son PRISA, los grandes medios… vosotros, sin embargo…». Estas palabras resonaron en mí, y me acordé del caso Dreyfus o de otras injusticias célebres. En esas injusticias siempre hay bandos, evidentemente, pero son los bandos los que permiten, precisamente, la solidaridad, la empatía. Anatole France, Albéric Magnard, André Gide, Charles Péguy, todos ellos unidos, firmando un manifiesto, cerrando filas con Clemenceau y Zola, con los dreyfusards, los intelectuales. ¿Pero podía el caso del Tour despertar la misma solidaridad? ¿Puede despertar incluso el interés suficiente como para ser un caso conocido? No, y no es un caso susceptible de convertirse en un affaire por lo mismo que por la comedia no es de este mundo: porque el Quijote siempre será un payaso, Homo Velamine una revista de elitistas con tiempo libre y el ultrarracionalismo una paja mental de mal gusto. No son los medios ni la justicia lo que produce indignación, pues ya sabemos que los medios fabrican basura para ganar dinero y que la justicia es un chiste de mal gusto. Lo terrible es ver cómo al comediante no lo puede defender nadie, porque no está del lado de nadie, y porque cuando la gente trata de empatizar con él, sólo le puede salir una sonrisa: que termine el chiste y le metan en la cárcel.
Último acto
Los ultrarracionalistas hemos hecho comedia con todo lo que se nos ha puesto delante. Muchos, los mismos que luego nos han criticado, nos siguieron encantados cuando criticábamos solamente a los que ellos odiaban. Pero cuando ironizamos sobre su propio bando comenzaron las excusas, las críticas barrocas, apelando a mil teorías paranoicas sobre los límites del humor. No éramos Valtonyc, ni los titiriteros, ni Def con Dos, ni Willy Toledo; nos merecíamos todo lo malo que nos pasara, porque nosotros, en el fondo, éramos fascistas, machistas, carlistas e incluso algo cortos de vista. El Universalismo es así. Cuando se dejó de caer bien (porque el humor, al parecer, se trata de caer bien a los convencidos de la parroquia y contar chistes predecibles sobre lo que no nos gusta), entonces el odio se tornó en algo ridículo. Que este odio es ya irracional queda patente por el hecho de que el acto del Tour, en realidad, era —con perdón— una basura bienpensante: meterse con los medios. El acto no era contra la víctima de La Manada, de la misma manera que los Yes Men no tenían como objetivo perjudicar a los afectados por el desastre de Bhopal. Esta interpretación es digna o bien de una persona maliciosa o bien de una persona estúpida. Entonces, ¿por qué tanta gente se ensañó con Homo Velamine tras el acto? Porque, aparte de ser estúpidos y maliciosos, para ellos éramos el enemigo, como para los del otro bando.