por Demófila Martínez
El caso de La Manada ha marcado un antes y un después para el movimiento feminista en España. Desde que salieron a la luz todos los macabros detalles de la violación grupal en los sanfermines de 2016, el movimiento feminista ha cobrado un nuevo impulso: las concentraciones del 8M son más multitudinarias que nunca, y ahora es rara la manifestación por los derechos de las mujeres que no incluya proclamas que hagan referencia a este caso, no importa el tiempo que haya pasado. El «hermana, yo sí te creo», el «nosotras somos tu manada», el «no es abuso, es violación», son mensajes que han tenido repercusión internacional y han unido a miles de mujeres, que ahora los usan indistintamente para dar voz a su lucha particular englobada dentro de la lucha feminista.

La polémica que ha generado este caso no sólo ha aumentado la visibilización de la violencia sexual contra las mujeres, sino de otras muchas formas de violencia machista que subyacen en nuestra sociedad, en especial la tendencia a dudar del testimonio y a culpabilizar a quienes denuncian una agresión sexual, buscando su parte de responsabilidad en los delitos de los que han sido víctimas.
No sólo eso, sino que a raíz del caso de La Manada se han puesto sobre la mesa asuntos que hasta ahora no habían tenido un papel prominente en el debate público en nuestro país, como son la importancia del consentimiento en las relaciones sexuales y el concepto mismo de qué es y qué no es una violación. Tras la sentencia contra los miembros de La Manada, a los que en principio se acusó de abuso sexual y más tarde, tras el recurso a la sentencia, de agresión sexual, se planteó que quizás un paso necesario para erradicar la violencia estructural contra las mujeres sea cambiar la forma en la que estos delitos están tipificados en nuestro código penal, que ahora mismo refleja esta misma tendencia a culpabilizar en primer lugar a la víctima, valorando como atenuante el que no se haya resistido a la agresión por encima de que no haya manifestado su consentimiento expreso.
Este debate tan necesario, que ahora por primera vez llena la prensa de nuestro país, las problemáticas que ahora se han elevado a debate público, las propuestas con que partidos políticos de toda ideología encabezan ahora sus programas (recordemos que incluso Vox respalda muchas de sus propuestas en que buscan proteger a la mujer), se han construido en los últimos tres años en torno al caso de La Manada. Podríamos decir que el momento que vive el feminismo en España no se entiende sin este caso y las reflexiones que ha suscitado. Y todo nuevo caso mediático de violencia sexual lleva a hacer referencia una vez más al caso de La Manada, al precedente que ha sentado, tanto en el debate público como en su tratamiento judicial.
Es lamentable que haya tenido que suceder algo tan espantoso para que por fin hablemos de estas cosas, y es un hecho que de no haber recibido tanta atención mediática, ahora no se habría logrado llegar a que incluso la extrema derecha se ve obligada a hablar de feminismo (aunque sea para criticarlo). El problema está en que se llega a un punto, como está sucediendo con el movimiento feminista en general, en que un tema está tan en boga que empieza a interesar mantener la atención en él no porque sea una conversación necesaria para la sociedad, sino porque se vuelve susceptible de generar un beneficio económico. Y es aquí, en el momento en el que empieza su mercantilización, cuando esta conversación empieza también a corromperse y a funcionar en contra de todo aquello que había venido a solucionar.

El caso de La Manada pertenece ya a la opinión pública, con todo lo bueno que ello implica (que por fin se hable y se debata abiertamente sobre cosas que hasta hace poco eran tabú) pero también con todo lo malo: que las televisiones llenen horas y horas de prime time regodeándose en los escabrosos pormenores del caso, que la prensa publique mapas con el recorrido de los violadores la noche de los hechos, que se dé espacio en los medios a debatir los detalles de un vídeo en el que aparecen cinco hombres violando a una chica casi inconsciente en un portal. En resumidas cuentas, que el sufrimiento de la víctima, al igual que sucede con el sufrimiento de las víctimas de todos los crímenes que se vuelven mediáticos, ya no genere una reflexión en la ciudadanía, sino clickbait.
¿Por qué está bien, entonces, hablar incansablemente del caso de La Manada para criticar la normalización de la violencia contra la mujer y el discurso machista, pero no para criticar la mercantilización del sufrimiento de las víctimas y la instrumentalización del movimiento feminista con fines que van en contra de todo por lo que lucha el propio movimiento feminista?
La principal crítica que se hace contra la web del falso tour de La Manada, y en la que se respalda la sentencia condenatoria (en contra de la opinión de la Fiscalía), es que su publicación hizo que la víctima reviviera el sufrimiento que le causó en su día la agresión sexual. No obstante, pocos parecen querer ver que fueron los medios, contra quienes se dirigía la crítica y a los que nadie ha denunciado por revivir el sufrimiento de la víctima, los que se encargaron de difundir a bombo y platillo la existencia de la web. Si bien es cierto que de no haber existido la web, no se podría haber difundido, también lo es que si los medios se hubieran preocupado por contrastar la información antes de publicarla en vez de dejarse llevar por su sed de sensacionalismo, tampoco se hubiera difundido. Pero esto ya lo hemos explicado de todas las maneras posibles, y quien no quiera verlo, probablemente no va a cambiar de opinión leyendo este artículo.
La web del falso tour de la manada puede resultar de mal gusto; de hecho fue creada para que resultara de mal gusto, para que escandalizase por lo absurdo de su concepto, pero sin llegar a ser del todo inverosímil, ya que todo lo que contenía era información que los medios ya habían difundido hasta la saciedad. Pero le pese a quien le pese, el mal gusto no es delito. Si lo fuera, nuestras cárceles estarían llenas de periodistas amarillistas y de tertulianos carroñeros. Muchos de quienes critican este aspecto, sin duda criticable, del falso tour de La Manada, eligen no obstante obviar la reflexión que esta acción invitaba a hacer sobre esta preocupante mercantilización del sufrimiento de las víctimas. Todo este absurdo proceso judicial y su cobertura mediática se han convertido, paradójicamente, en un ejemplo más de esta mercantilización.
Muchos de quienes se sienten incapaces, aun comprendiéndolo, de compartir el espíritu crítico que llevó a Homo Velamine a hacer esta acción, sin duda lo hacen por miedo a hurgar en un tema tan delicado y tan importante para la lucha por los derechos de las mujeres como es el caso de La Manada, temiendo que al hacerlo se derrumben los cimientos de un debate que ha costado años construir. Pero evitar a toda costa criticar o cuestionar cualquier cosa que se nos presenta como feminista por miedo a perjudicar los logros que con tanto esfuerzo ha conquistado este movimiento es lo que, a la larga, hace peligrar la credibilidad de toda la lucha feminista. Porque aunque nos duela, el feminismo, y el caso de La Manada, y el tour de La Manada, y el sufrimiento de las víctimas de cualquier caso al que los medios le han echado las garras, hace tiempo que han pasado a ser meros objetos de consumo para la opinión pública, y por tanto están sujetos solamente a las leyes del mercado. Ahora sólo depende de nosotros que el mercado se lo trague todo, o que seamos capaces de salvar algo que nos sea útil en el mundo real, fuera del odio de las redes y la basura mediática, que a menudo se nos olvida que habitamos.